El monasterio es definido muchas veces por San Benito en su Regla como “la Casa de Dios”, no solo porque es la demora que custodia Su presencia y es entonces especialmente Él a vivir en ella, sino porque quien la habita se esfuerza de vivir en la atención y a la escucha de Su Palabra y de su Voluntad. Si el monasterio es “casa”, se puede entonces hablar de la Comunidad como de una “familia”.
La vida monástica Benedictina no es vida ermitaña, sino vida cenobítica, fuertemente señalada por una unión fraterna y comunitaria. La familia monástica querida por san Benito no tiene un origen “natural”, ni es fruto de la voluntad humana, sino que tiene su razón y si origen en Dios, en su llamada a seguirlo. No son los vínculos de sangre a tenernos unidas, sino el común amor a Cristo, la común llamada a una vida de obediencia, de castidad, de pobreza, de estabilidad en el monasterio.
Esta elección fundamental a “nada anteponer al amor de Cristo” debe convertirse visiblemente y creíblemente a través de un estilo de comunicación fraterna, señalada por la cordialidad, por la bondad, y por la apertura alegre: la caridad que Dios nos dona donando a sí mismo en la Eucaristía, si acogida, nos habilita a donarla a nuestra vez a las hermanas que nos viven acanto.
Esto es posible solo a través de un trabajo incesante de conversión de todas y de cada una de nosotras a Cristo. Es Su Amor que nos ha reunido, pero cada una de nosotras lleva un peso y el don de su propia humanidad, del propio temperamento, con las heridas y las vulnerabilidades, dotes y potencialidades. Aquí nace el desafío apasionante, por renovar cada día, de una comunión ya donada y aun no realizada.
He aquí, como San Benito en el capítulo 72 de la Regla delinea los tratos de la Comunidad monástica. Nos encontramos de frente a un verdadero y propio condice que debería caracterizar cada convivencia auténticamente evangélica. San Benito ha agregado a la Regla este capítulo verso la fin de su vida, haciéndolo casi como un testamento espiritual, un destilado de experiencia y de sabiduría.
"adelántense para honrarse unos a otros"; 5 tolérense con suma paciencia sus debilidades, tanto corporales como morales; 6 obedézcanse unos a otros a porfía; 7 nadie busque lo que le parece útil para sí, sino más bien para otro; 8 practiquen la caridad fraterna castamente; 9 teman a Dios con amor; 10 amen a su abad con una caridad sincera y humilde; 11 y nada absolutamente antepongan a Cristo, 12 el cual nos lleve a todos juntamente a la vida eterna.
¿Sueño irrealizable? ¿Proyecto inalcanzable?
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