Oración y trabajo, en su equilibrado y armónico alternarse, escandan la jornada de las monjas..
A través del trabajo participamos a la actividad creadora de Dios y a la obra redentora de Cristo.
En la fatiga, vivida con y por amor, y ofrecida en la oración, nos hacemos solidarias con todos nuestros hermanos y hermanas.
“…propiamente entonces son verdaderos monjes si viven del trabajo de sus manos”: las palabras del capítulo 48 de la Regla de San Benito nos hacen comprender cuál es la importancia del trabajo en la vida de una comunidad benedictina. y a pesar de esto, esta no está jamás guiada por la lógica de la ganancia o de la productividad a cualquier costo, sino sobre todo es un servicio sereno, cumplido en la alegría; es respuesta a las necesidades de la comunidad y del mundo, es “consigna” libre de las propias facultades, de las propias energías y de los propios talentos, don de Dios, en espíritu de colaboración fraterna. Ninguna distinción por el tipo de actividad: todo es hecho solo y únicamente para glorificar a Dios t para servirlo, con la misma dignidad con la cual se sirve al Señor durante la oración. En la Regla, San Benito recomienda que las herramientas del trabajo sean consideradas y tratadas como los vasos sacros del altar; en ningún momento del día queda de hecho excluso de aquella “sacra liturgia” que la monja es llamada a celebrar en cada una de sus acciones.
Además de la normal dirección y del mantenimiento de la casa y del amplio parque, las hermanas están empeñadas en las siguientes actividades:
Para las exigencias de la Comunidad, funciona también un pequeño laboratorio de zapatería y uno de encuadernación.
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