“El nudo central del monaquismo es la adoración”: esta afirmación de Benedetto XVI refuerza en nosotras la convicción que el especial compromiso de la adoración perpetua se armoniza perfectamente con la vida benedictina. Es la celebración eucarística que sostiene y motiva la adoración la cual permite “gustar”, acoger verdaderamente y profundamente en el silencio, corazón a corazón con Cristo, la riqueza del ministerio celebrado, dejando que este nos plasme interiormente.
Cada monja tiene a disposición durante el día una hora de adoración personal cuotidiana y contribuye, según turnos establecidos cuotidianamente, para asegurar la perpetuidad de la adoración nocturna.
La adoración perpetua se exprime ciertamente en la presencia física de una monja día y noche delante del Santísimo Sacramento, pero no solo. El aspecto puesto en particular relevancia por Madre Mectilde de Bar es aquel de la reparación. Aquello que contempla en la Eucaristía es esencialmente la inmolación y la oferta sacrifícale de Cristo por la salvación del hombre. En esta prospectiva se comprende que es lo que significa la expresión “ofrecerse víctima con Cristo” que califica la vocación reparadora de las Benedictinas del Santísimo Sacramento. Es decir, la oferta de sí por amor, con Cristo, insiriéndonos en su oferta por la salvación de los hermanos, haciendo entonces propios sus sentimientos y sobre todo su deseo que todos los hombres sean salvados.
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