- “Indudablemente aquella que instituyo la Congregación monástica
- de las Benedictinas del Santísimo Sacramento
- es una grande maestra de vida espiritual y,
- por tantos aspectos, una de las más grandes,
- no solo en la Francia de su siglo de oro
- sino de toda la Iglesia”.
(Don Divo Barsotti)
Catherine Mectilde de Bar, nace el 31 de diciembre del 1614 en una zona entre los confines de Alemania y Francia,
Su nombre no será escrito entre las noticias de los periódicos, pero será escrito con caracteres de Oro en el cielo.
Niña particularmente tocada de
Bautizada en mismo día de su nacimiento, Catherine debe mucho a la piedad y al fervor eucarístico que fue distintivo de su familia, en el cual pudo respirar y absorber un clima completamente religioso y que gracias a su temperamento pronto y vivaz, no tardará en expresarlo con una fuente inclinación a la oración, a la caridad, a la penitencia, y a un amor particular con respecto al misterio de la Eucaristía.
Creciendo en edad Catherine se siente siempre más atraída hacia el Señor, en el impulso de la juventud con el ardor de su carácter fuerte y evolutivo, entra en
En el noviembre de
Guerra, y violencia señalan dramáticamente los primeros años de su vida religiosa: Bajo los duros tiempos de la guerra de los treinta años, entre carestías, la peste, e irrupciones en Bruyeres de las tropas Suizas, está obligada junto con su comunidad a dejar el convento, mismo que sería completamente destruido, inicia así un largo y difícil periodo de vida peregrina: Hospedada de las Benedictinas de Rambervillers en el 1639.
Este recibimiento por parte de las Benedictinas de Rambervillers hace entender a Sor Catherine que la Regla de San Benito la estaba esperando desde siempre y con una forma de vida que corresponde perfectamente a las más íntimas inspiraciones de su corazón... y emite la profesión el 11 de julio del 1640 según
Esta nuevamente obligada a transferirse a causa de la perversión de la guerra, huye a Saint Mihiel, donde entra en relación con San Vincenzo de Paoli, es decir a la abadía de Montmartre, donde acogida de la reformadora Marie de Beauvilliers, madre Mectilde va haciendo siempre más experiencia de un abandono incondicional a la obra de Dios, que la aleja de todo para conducirla por sus caminos.
Son años en los cuales entra en contacto con algunas de las personalidades más relevantes del “siglo de Oro” de la espiritualidad francesa, tejiendo comunicaciones que tendrá la manera de continuar a cultivar y de profundizar. Recordemos entre otros al laico Jean Bernieres que ejercita una influencia decisiva sobre ella y con el cual instaurara una amistad espiritual profunda.
Mientras cultiva el proyecto de retirarse a la vida eremítica, una voz en el interior la invita diciéndole: “Adora y sujétate a todos los diseños de Dios, que en el presente eran desconocidos”.
Aferrada y plasmada por el Espíritu, que escaba espacios de una radicalidad en el abandono a la voluntad de Dios, se convierte en instrumento para la emisión de una nueva corriente Eucarística en el gran cause de la tradición monástica Benedictina.
Se explica solo así su renuncia a su ardiente deseo de retirarse a una ermita para vivir en soledad y en la oración. Cuando, a través de una serie de circunstancias, comprende que el Señor le pide dar forma a un voto hecho por la reina Anna de Austria – la fundación de un monasterio de religiosas consagradas a la adoración del Santísimo Sacramento.- no excita en dar su consentimiento y escribe: “los diseños particulares de esta fundación son admirables”, a pesar de sentirse inadecuada “…yo no soy que un pobre instrumento marchito”.
En el 1647 fue requerida como superiora en el monasterio de Caen, responsabilidad que acepta después de una dura resistencia en el 1650 es elegida Priora en Rambervillers, su monasterio de profesión. No ha llegado pero aun para ella el momento de tranquilidad, porque la guerra la alcanza y la comunidad se dispersa. Con un pequeño grupo de jóvenes hermanas se dirige hacia Paris, pero también la región parisina está llena de tensiones sociales y políticas: es el periodo de la Fronda. Madre Mectilde huye nuevamente a las puertas de la capital, en el cuartel de Saint-Germain: es probada por el hambre y la enfermedad y se convierte en objeto de caridad para algunas nobles mujeres de la zona, solicitadas por el párroco de Saint-Sulpice, Jan-Jaques Olier.
Las dificultades y las privaciones afinan su vida espiritual y dilatan en ella una confianza y un abandono total a Dios y a su Voluntad, a la cual se consigna sin reservas: “Que yo no haga nada por voluntad mía… se necesita ser inmoladas y morir a todo”; “Como es bello ser completamente de Dios: que el alma se inmole para dejar reinar a Jesús en ella…”. Una verdadera y “mística del abandono” la suya, que le hace escribir, a una de sus hijas espirituales: “…la vida interior no está en las iluminaciones sino en el puro abandono a la justicia del Espíritu Santo”.
Por otra parte en la casa de una amiga, se conmueve a través de un cuadro completamente singular, en el cual están retratados sacerdotes y sacerdotisas que adoran divinidades paganas, teniendo un cirio encendido en la mano, cerca de ellos encendido el fuego sacro, custodiado día y noche por las doncellas, que no reposan jamás, con tal de mantener viva la flama. Aquí la Luz nueva:
“¿hacemos nosotros por Dios aquello que los paganos hacían por sus dioses falsos? Porque en ¿la casa en la cual vive el Señor, no puede ser adorado continuamente, en todas las horas del día y de la noche? ¿Porque las vírgenes en oración no pueden cantar en perpetuidad el canto de los ángeles delante al altar de Dios? ¿Porque no deben de existir las centinelas, que velan día y noche entorno a nuestro Rey, sin jamás dejarlo?”
“!Hermanas mías! ¡Como es divino nuestro Instituto! Por cuantos siglos ha estado escondido y sepultado con Jesús en
Para esto madre Mectilde dice, con su toque inspirado, “San Benito ya pensaba en nosotras, y depositaba en el Tabernáculo a las Benedictinas de la Eucaristía, como hijas predilectas entre tantos de sus hijos.”
De aquí parte “el fuego” de nuestro carisma, que toma vida en Paris, el 25 de marzo de 1653, con el nacimiento del primer monasterio de las Benedictinas de la adoración perpetua del SS. Sacramento. Un monasterio pobre, humilde, en el cual toda la gloria sea el Señor, en espíritu de reparación por las profanaciones y los sacrilegios de los cuales la mima Madre había sido testimonio durante la guerra y que la habían dolorosamente tocado.
La vida de
El 12 de marzo del 1654 en Paris, en rue Ferou, tiene lugar la puesta de la cruz y Anna de Austria con la cuerda al cuello y un cirio entre las manos, delante del Santísimo Sacramento solemnemente expuesto, recita la primera “Enmienda honorable”, una oración de alabanzas, de oferta y de reparación.
El 22 de agosto adviene la elección de la Virgen como Abadesa perpetua de todos los monasterios del Instituto.
Siguen años de consolidación y de expansión del Instituto con la fundación de un monasterio en rue Cassette, en Paris, a Toul y con la agregación de los monasterios de Rambervillers y Nancy.
El 29 de mayo del 1668 vienen aprobadas las Constituciones, pero se necesitara esperar hasta el 1676 para que el Papa Inocencio XI con la bolla Militantis Ecclesia erija en congregación autónoma los monasterios mectildianos.
En el 1677 viene fundado el monasterio de Rouen en el 1683 viene publicada en Paris la primera edición del libreto Le Véritable esprit des Religieuses adoratrices perpétuelles du Tres Saint-Sacrament de l´Autel (El Verdadero Espíritu de las Religiosas Adoratrices del Santísimo Sacramento del Altar)”, autentico texto base de la espiritualidad de las benedictinas del Santísimo Sacramento.
El instituto intacto se va expandiendo con la apertura de nuevos monasterios, a un viviente madre Mectilde, sea en Francia que en Polonia.
El 6 de abril de 1698, Domingo in albis, madre Mectilde vive su último acto de abandono: la muerte. “Adoro y me someto” son sus últimas palabras y la cifra de su larga vida.
Después de la muerte de la madre Mectilde, el Instituto continúa a difundirse en Europa, con la apertura de nuevos monasterios.
Actualmente en Italia el Instituto cuenta con 17 monasterios, además de estar presentes en los países de Francia, Polonia, Alemania, Holanda, y Luxemburgo.
Así el sueño de esta pequeña mujer de corazón verdaderamente católico llega a confines siempre más amplios, por que como decía ella misma: “
El mensaje espiritual
Al centro de la experiencia espiritual de Madre Mectilde de Bar, esta la contemplación del misterio de la Kenosi de Cristo, su inmolación, de su “versarse” en la encarnación, que la Madre ve sintetizado en el misterio eucarístico: la Eucaristía es para ella un punto prospectico en el cual se lee el misterio cristiano.
Al Sacramento de la presencia de Cristo, a su “permanecer” en la forma humilde del pan y del vino madre Mectilde consagra completamente su vida, reconociendo en esta el bien más precioso, el tesoro más grande de la Iglesia. De esta conciencia surge una triple urgencia: adorar, reparar, imitar.
Adorar: porque de frente al don inmenso de la Eucaristía ofrecida a la humanidad de todos los tiempos, una vida no basta para dar las gracias al Señor. Por esto, refiriéndose a las monjas de su Instituto escribe sin medios termines que “estas no tienen otro objetivo en la vida que adorar y honorar al Dios inmolado y continuamente aniquilado bajo las especies del pan y del vino”.
Reparar: porque de frente a la grandeza de este don, muchos hermanos y hermanas permanecen indiferentes o hasta hostiles. La Madre –y con ella las monjas del Instituto por ella fundado- se harán cargo, por amor, de esta ingratitud adorando por quien no lo adora y amando por quien no lo ama, reconociendo en el pecado la pobreza más grande y más urgente por socorrer en el hombre. Porque es esta la verdadera solidaridad: desear que todos nuestros hermanos y hermanas en humanidad acojan el amor y la gracia que Dios les ofrece incesantemente, a fin que “tengamos vida, y la tengamos en abundancia”.
Imitar: porque “asemejar e imitar, es una necesidad violenta del amor”, como afirma Carlos de Foucauld. La Eucaristía, ha escrito Benedetto XVI, no es solo un misterio para creer y para celebrar, sino es también y sobre todo para vivir.
La continua contemplación de Cristo crucificado y resucitado, presente en la Eucaristía, penetra y hace radicar siempre más profundamente en su misterio pascual, para glorificar con Él al Padre y para asumir, con lo propio, el pecado de los hermanos convirtiéndose en aquella “creatura nueva” en la cual Cristo vive establemente.
Algunas de las frases de Madre Mectilde.
“Y si me preguntaran de cual vida deben de vivir de ahora en adelante, les responderé, que no es la vida de las animas pías, ni la de los ángeles, ni siquiera la de los santos, si no la vida pura y Santa de Jesús... Que todas sus operaciones sean entonces las operaciones de Jesús en ustedes, sus pensamientos sean los pensamientos de Jesús, y sus palabras las palabras de Jesús, sus obras sean obras de Jesús.”
- “Aquello que me preocupa mayormente es que durante el tiempo más precioso de nuestra vida, aquel del la adoración, soportemos que nuestra alma permanezca sedienta, sin respeto, priva de vigilancia y de amor hacia una majestad así adorable, ¡ay de mi! Si fuéramos delante de un monarca de la tierra, cual sería nuestra postura? Y por un Dios de una grandeza, de una santidad y majestad infinita, no tenemos el coraje de permanecer con respeto una hora ante su divina presencia. Si conociéramos la importancia de aquello que perdemos por culpa nuestra, lloraríamos por esta pérdida con lágrimas de sangre! Pero estamos en las tinieblas, y nuestros sentidos nos arrojan a la ceguera y nuestra fe es como aniquilada, Que haremos en la eternidad si una hora de adoración nos aburre!
- Reavivemos el Espíritu con la fe, que nos hace conocer la estima que debemos de tener para con Dios y hundámonos delante de su grandeza. Los serafines del cielo y todos los ángeles rebosan de este respeto amoroso”.
“Debemos así comenzar una vida nueva, una vida que no sea terrena, una vida enteramente separada de los sentidos, purificada y elevada solo a Dios”.
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